El Presentacional Lingüístico
por Abdel Hernández San Juan
Part 1 Part 2
Part 3
El Intersticio
En su modo de presentarse el intersticio sugiere en principio otra
forma del darse, otro modo de lo que en la línea que ofrece
un cierto recorrido, que describe un cierto intervalo, el desde esto
hacia aquello otro, en su por donde, parece describir el movimiento
otro que podría efectuar, disímil ante el movimiento
uno, su deambular, su merodeo, la sinuosidad que esa línea
describe. No parece, sin embargo, el recorrido de la línea,
estar sugerida por lo que, según una relación de alcance
o correspondencia entre este punto y aquel otro, sería su por
aquí definido según la relación entre lo posible
y lo probable, entre lo que sabemos sobre cómo la línea
circunda, conocimiento que se ofrece de acuerdo con la imagen del
todo que suministra el plano, y las probabilidades que anticipamos
e intuimos como sus opciones. Si es un intersticio, describe otro
merodeo, otro modo en que transcurre. En el intersticio decimos que
ha tomado por otro lugar, ese intersticial, parece siempre, sin embargo,
definirse respecto a los preceptos que podríamos suponerle.
Decimos, es intersticial, porque según anticipamos los merodeos
que describirían sus movimientos, cualesquiera puntos, conceptos
en la filosofía, formas en la estética, palabras en
la frase, objetos en el espacio, toma otra sinuosidad. Si suponíamos
un modo en que respecto a un tema deberían ser despejadas sus
variables, el intersticio ofrecerá formas que tomarán
otro lugar, pero lo hará, a diferencia de una total y absoluta
novedad, intersticialmente, no sobre el fondo de la nada. En su relación
a algo que le viene dado, una relación intersticial entre elementos
será ella también novedosa, pero como forma del intersticio,
en forma disímil.
Cómo es pues, así, si lo hace con elementos dados, que
es posible el intersticio en general, que le ofrece a este el nutriente
constante que le permite darse y volver a darse una y otra vez en
forma inagotable, si su interticialidad es una forma otra del merodeo,
un deambular otro, otra sinuosidad, en una conversación entre
hablantes, o cuando vemos una obra de arte y decimos su estética
es intersticial, o en el tomar literal por el espacio, cuando vamos
al rio y decimos, según ciertas irregularidades de las formas,
tomamos un camino intersticial, un camino otro que no estaba trazado
y que en su propia intersticialidad resulta nuevo, que a la vez se
desgaja, pero sobre todo que se da. Si lo hace entre este y aquel
punto, este y aquel elemento, este y aquel concepto, cómo es
posible ese nutriente infinito que una y otra vez en forma inagotable
suple una nueva forma del intersticio e intersticial ella misma.?
Una primera forma de dar lenguaje, asir este asunto, principia en
la impredecibilidad de lo que no ha sido trazado. La intersticialidad
se presenta así como lo opuesto al trazo. Una vez trazado el
trazo será siempre no sólo el trazar de una forma sobre
un plano sino que quedará el mismo fenoménicamente como
el trazo de esa forma, es decir, el trazo quedará supeditado
siempre a esa forma de la cual y respecto a la cual es un trazo, su
trazo. En su defecto, la intersticialidad nunca se corresponderá
a aquella forma o elemento que le sería respectiva, nunca será
la expresión fenoménica de aquella. Será intersticial,
de hecho, precisamente, porque se irá siendo y se irá
respectando desde si misma en la misma forma en que va dejando de
serle a respectividades ante las cuales no guardará sino toda
vez, una relación siempre ella misma, como dice la palabra,
intersticial.
El intersticio anticipa así en su darse, en su modo de ir por,
de moverse entre y en torno, la idea de algo que respecta, pero siempre
desde si mismo, en su propio modo de proveerse los elementos para
irse siendo e irse respectando dejando siempre de irle siendo o correspondiendo
a esas respectividades en un modo otro que a su través, como
una forma siempre intersticial una y otra vez en torno a sus respectividades
incluso. En la medida en que va dejando de serles para dárseles
en formas una vez y otra de nuevo intersticiales, va el intersticio
mismo generando y desplegando su campo, uno que está entre,
un modo de estar entre, sin embargo, peculiar, único, intersticial
el mismo.
La palabra intersticial incluye en modo inclusivo a su etimología,
algo que usualmente entendemos como un sufijo, el inter. Será
acaso que el efecto de intersticialidad correspondería a una
forma del inter?. Indudablemente una intersticialidad se presenta
y se hace presencia siempre ella misma precisamente cuando entre las
tres formas de los sentidos, física, respectiva a los cuerpos
en el plano y los espacios, sensorial, respectiva a las traducciones
de los sentidos corporales y significante, respectiva a las formas
en que el sentido participa y aporta un movimiento a los significados;
se interrelacionan. Esta interrelación, sin embargo, no puede
ella misma quedarse remitida en ninguno de los tres puntos como si
en alguno de ellos se iniciará y se agotará. En cierto
modo si es intersticial lo es precisamente porque se mantiene siempre
en el espacio de esa interrelación.
Esa interrelación, por supuesto, no podríamos definirla
per se según un concepto de relación externo o desprovisto
de especificidad en tanto la insterticialidad en si misma, correspondiente
siempre a algún elemento que por si mismo definimos intersticial,
una forma, un plano, una línea, una imagen, una atmósfera,
visual, ambiental, musical, ofrecería ella misma un modo si
se quiere único, suigeneris de moverse entre esos tres momentos.
Se trata así de un campo, en las artes plásticas, las
artes, el lenguaje a nivel más amplio, el cual viene el mismo
dándose en tanto el intersticio mismo le presenta, es decir,
que viene con él, que se da en él y con él mismo,
que se despliega como lo intersticial en si mismo en toda su extensión.
Cuando tenemos ante nosotros un plano vacío, cualquiera que
este sea, la idea misma de crear en él por primera vez una
serie de formas, líneas, elementos, sea este bidimensional,
o hablemos de un espacio en el que debemos disponer elementos, o simplemente
cuando en la producción y creación de sentidos comenzamos
a hablar a un interlocutor, en la escritura o en el habla, en el extraer
a un instrumento musical una pieza nueva, etc., la idea de un espacio
potencial se va presentando como campo en el movimiento mismo de efectuación
que está supuesto en la forma que va surgiendo. En su antípoda
el concepto de trazo, sea respecto a lo trazado, previamente dado,
o respecto al darse del trazo, lo que está por ser trazado,
supone una forma otra respecto a la cual el trazo sería su
trazo, el trazo respecto a y de esa forma. Si esta trazado, en su
más esplendida libertad, en lo que incluso llamamos el trazo
libre, improvisado, una vez trazado la forma que este describe supone
la fijación de una delimitación dada, incluso allí
donde en su propia espontaneidad el trazo resulte el mismo sugerente,
su sugerencia no habrá sido más que el haberse fijado,
es decir, el trazo de esa forma trazada, lo que correspondería
así al sujeto de ese trazo, el que traza, no podrá sino
siempre remitirse una vez trazado, a aquella forma de la cual y respecto
a la cual es un trazo.
En el intersticio, sin embargo, el campo anticipado en la forma que
se va dando y el potencial de sugerencia, sugerido por esa forma intersticial
resultará el mismo siempre intersticial respecto a si mismo,
insinuado. De un lado, si es intersticial, lo va siendo en relación
a lo que respecta, lo que respecta en los dos modos de lo respectivo,
aquello a lo que es respectivo, como el trazo a la forma, el intersticio
al sentido, aunque este no fuere sino en el caso de las formas, el
sentido de las formas, y respectivo a su respectividad, aquello respecto
a lo cual respecta, su respecto a. El intersticio puede así
trabajar el mismo desde y con las formas, pero el mismo nunca se corresponderá
a estas, es decir, no habrá sido aquello intersticial por si
mismo una inmanencia de la forma, en esa obra plástica o ese
lenguaje, sino antes bien relacionado al sentido que percibimos en
esa forma, ese plano, ese color, ese material, ese lenguaje.
El intersticio no es el mismo una inmanencia de la forma, o un modo
de manifestación de la forma, trabaja con las formas y puede
en tanto su campo potencial de sugerencias, anticipado en su potencial,
o sugerido en su efectuación, ofrecer, disponer e incluso ofrecerse
a si mismo como el espacio en que esas formas tomarán o habrán
alcanzado un modo intersticial, una cierta intersticialidad, pero
el intersticio en si mismo no se corresponderá nunca a la identidad
de las formas. Si es intersticial se experimenta en la anticipación,
el merodeo que describe en su darse como línea trae implícito
siempre la anticipación de un plano potencial sugerido, si
se quiere seria mejor decir insinuado en la intersticialidad misma
que esa línea va describiendo.
Si la intersticialidad subraya en aquello que es intersticial una
relación de sentido, como decía antes, tenemos que el
concepto mismo de lo intersticial, de inmenso potencial para la génesis
de los conceptos en la filosofía, como en forma amplia para
cualquier forma de la filosofía de las formas, la teoría
del campo, el arte y la estética, lo hace llevándose
consigo en su propia nomenclatura, en su potencial de significados
nuevos y relacionales, las tres formas que le conocemos al sentido
y la relación entre estas tres formas. De un lado, todo lo
que respecta a la relación del sentido con el movimiento direccional,
es decir, la dirección que toman los cuerpos y los elementos;
bien sea que estemos hablando de elementos bidimensionales sobre un
plano, o de estos en el espacio. Si bien tenemos que decir que esta
primera acepción del intersticio en su relación al sentido
no es aquella de la que más usualmente uno se vale en el filosofar
teórico, en tanto la metafísica filosófica supone
precisamente un meta nivel que se despega ante la física, meta/física,
trabajamos con estas imágenes de sentido que sugieren sentidos
físicos en formas si se quiere metafóricas, analógicas,
valiéndose uno de sus posibilidades de sugerencia para los
conceptos teóricos, algo que podríamos entender como
los modos en que las imágenes del mundo físico pueden
ofrecer campos de sugerencia a las categorías filosóficas
del campo filosófico.
De hecho, en su referencia al mundo físico, la conceptualidad
del intersticio encuentra ricas y amplias posibilidades de sentido
como imágenes para el filosofar. Si es intersticial en el plano
o lo es en el espacio, bien sea que hablemos de una imagen, una figura
geométrica, una línea o bien que refiramos un recorrido,
la pregunta en que forma es intersticial?, que le ofrece esa intersticialidad?,
ofrece un rico campo de experimentaciones para la filosofía
de las formas, la teoría del campo y la estética. Por
otro lado, las otras dos acepciones del concepto de sentido resultan
tanto o más productivas en lo que respecta a su relación
con el intersticio, estas son, de un lado, las relaciones de sentido
relacionadas al mundo sensorial, es decir, al mundo inmediato de los
sentidos, de los cinco sentidos, la vista, el tacto, la audición,
el olor y el paladar.
De un lado, sabemos que todos nuestros conceptos e imágenes,
bien sean estos teóricos o estéticos, son en si mismos
elaboraciones que provienen del mundo de los sentidos; los conceptos
no son sino elaboraciones sintéticas de percepciones y abstracciones
provenientes de los sentidos y de sus relaciones. Toda elaboración
intelectual abstracta no es sino una forma abstraída del universo
de los sentidos. Lo fascinante aquí, de hecho, es que el concepto
de intersticio es el único entre todos los demás existentes
que se relaciona, se limita, se restringe, y se circunscribe en su
campo a estas tres acepciones del sentido. Toda forma que resulte
ante nosotros intersticial lo será precisamente por el modo
en que en esta están desarrolladas las relaciones de sentido.
Una intersticialidad no es sino así una forma que adquiere
el universo de los sentidos en una imagen, una pintura, una forma,
bidimensional o una tridimensional, bien sea que resulte intersticial
respecto al sentido direccional de los cuerpos en el plano, bien respecto
a cómo están relacionados en esa forma los sentidos
provenientes de los cinco sentidos. Su relación como imagen
a una impresión perceptiva de tactilidad, si es dúctil
o laxo, si es terso o flexible, si es texturado y accidentado o espeso
y consistente, si es poroso o cremoso, en tantas imágenes posibles,
también puede serlo en la forma o la imagen intersticial respecto
a la vista, si es intenso o difuso, contorneado o difuminado, recortado
sobre un fondo o fusionado en este, llamativo o lateral, colorido
o apagado, así como respecto a los sonidos y sus articulaciones,
el timbre, la armonía, la melodía, el ritmo.
Finalmente la tercera forma del concepto de sentido también
resulta de inmediata relevancia para el campo que está supuesto
en lo que definimos como intersticial, me refiero aquí a nuestra
inmediata traducción desde el mundo físico y sensorial
de los sentidos hacia el mundo de la relación entre los sentidos
y los significados donde los primeros comienzan a participar en la
forma y la dirección de los segundos. De ahí cuando
preguntamos si esta o aquella expresión hace sentido y qué
sentido hace, cuáles son los sentidos que aporta o sobreentiende,
sugiere o genera.
Cuando decimos es intersticial estamos diciendo que hemos visto en
esa imagen, esa forma o ese concepto su relación inmediata
a las tres formas de los sentidos antes discutidas. Es propiamente
intersticial, de hecho, y no otra cosa, cuando lo que le ofrece su
peculiaridad, lo que le da su carácter y modo ha sido precisamente
el hecho de que esa forma, esa imagen o ese concepto están
hechos ellos mismos de relaciones entre estas tres formas del sentido;
sus interrelaciones. Ningún otro concepto existente, ni etimológicamente
desde la antigua Grecia o las etimologías grecolatinas, se
refiere con más precisión y en un modo más nítido,
a las interrelaciones entre las tres formas del sentido, que el concepto
de intersticialidad. Ningún otro concepto que el de intersticio
será el mismo más una expresión de la imbricación
de estos tres modos del sentido. Sin embargo, llama a nuestra atención
el hecho de que la intersticialidad, en una tela, un dibujo sobre
papel, un ensayo, en una conversación entre hablantes, una
forma de la estética, en la belleza de un ambiente o la relación
entre una serie de formas, parezca una forma en la cual esas relaciones
de sentido físicas, sensoriales y significantes encontrarían
un modo otro de relacionarse intersticial el mismo.
El momento físico ofrece siempre a esa forma, elemento o imagen,
el modo específico de su acaecer o, para ser más precisos,
el modo de su relación a una idea de naturaleza, de una naturaleza
que en el intersticio le sería siempre acaecida aunque este
acaecimiento no le viniere en otra forma que en el presentarse la
intersticialidad misma en esa forma o elemento. Remitirá una
y otra vez siempre este momento a esa parte, aspecto o momento que
en esa forma intersticial evocaría su relación a un
mundo natural de cuerpos y ambientes, figuras y fondos, líneas
y planos, cuerpos y movimientos, fisicalidad que estaría relacionada
a los modos en que las imágenes del mundo espacial pueden participar
en nuestras relaciones de sentido en el momento de asir la insterticialidad
de esa forma. El momento físico, sin embargo, nunca podría
presentarse sólo o aislado por si mismo, sino que sería
siempre, según la forma intersticial, remitido desde e intersticialmente
impregnado en relaciones de sentido que supondrán desde el
principio una relación a la vez compleja y rica de los otros
dos momentos del sentido, los sensoriales y los significantes, por
ejemplo.
Tendría así que ser siempre la intersticialidad una
forma específica que en si misma supondría una relación
elaborada entre los cinco sentidos y sus traducciones. El intersticial
de hecho no supone sino por si mismo el haberse dado de una relación
de sentido altamente rica. En su movimiento entre, en su modo del
inter, el intersticio parece querer eludir, sin embargo, cualesquiera
respectividades manteniendo una relación, como la palabra misma
lo dice, intersticial, es decir, que se relaciona a esa respectividad,
pero siempre en tanto deja de serle o de corresponderle enteramente
para sugerir otro modo, para iniciar en el movimiento supuesto a esa
respectividad, la posibilidad de un intersticial, es decir, el movimiento
otro según el cual irá dejando de serle para irse siendo
en la interrelación misma, y para irse e irles respectando,
a esas respectividades, una interrelación la cual, por lo demás,
es ella misma una intersticialidad y, por lo mismo, trasciende la
idea de la interrelación como simplemente una relación
entre, aunque la suponga. Y este concepto según el cual la
intersticialidad supondría la forma de un irse respectando
en el movimiento de un dejar de corresponderse a la idea de una respectividad,
es decir, en el modo de su propio irse siendo y respectándose,
dejando de serle y respectarle a la idea de un correspondiente respectivo,
no es sino aquella por medio de la cual podemos a la vez relacionar
y diferenciar los conceptos de intersticio y novedad.
Indudablemente también en la novedad tenemos expresiones de
esta forma otra según la cual lo novedoso pareciera eludir
todos los aspectos dados de sus respectivos y correspondientes. Como
decía en el inicio de este ensayo, la intersticialidad, como
la novedad, según las formas y elementos en que se presenta,
puede resultar ella misma novedosa y lo es usualmente, novedosa, innovadora,
sólo que lo será en otro modo.
Lo Ïntangible
Lo intangible es lo estético, esta es la aseveración
que voy a proponer en este ensayo. Que otra forma que no sea la estética
podríamos adjudicar a la intangibilidad?. La idea de un valor
espiritual?. Y no sería este precisamente, en su momento de
intangibilidad, una forma de la estética?. Cierto es que la
estética puede en un momento dado resultar en algo tangible.
La belleza de un árbol, una obra de arte o una mujer, así
lo suscita, sin embargo, sería otra cosa que la expresión
de un intangible de lo tangible, como cuando decimos es algo que no
tiene precio?, como puede algo intangible equivaler a tanto tangible?.
A que corresponderá esa intangibilidad?. De hecho, una primera
forma de entender la relación entre la estética y lo
intangible es esa que definimos cuando decimos es intangible porque
su valor no es tangible, esto tiene un valor, pero su valor no es
tangible. En una actividad cotidiana entre personas—como ante
una obra de arte—puede haber estética, tiempo para contemplar
lo que te dicen y cómo te lo dicen, para percibir la forma
y contemplarla.
Ese tiempo de contemplación puede serlo hacia las imágenes
que vez frente tuyo, cuando haces el tiempo para contemplar visualmente
la forma en que te lo dicen, su belleza formal, puede serlo hacia
lo que te dicen, no ya la imagen visual, sino el contenido de lo dicho,
pero si hay estética hacia este es porque percibes el tiempo
en lo que se te está diciendo, es decir, percibes no sólo
lo dicho, sino el decir, y puede resultarte estético, contemplar
su propia belleza, la cual puede resultarte bien sea de la estética
o de la ética. Así para que la ética sea estética
debe entrar a formar parte de ese tiempo en que la intangibilidad
de la estética, permite la contemplación de la belleza
del cómo. O puede resultar de la simple contemplación
de si mismos y la actividad que realizan en tanto perciben el transcurso
del tiempo en ella, se ven a sí mismos ante el trancurso del
tiempo. Si remito a una actividad cotidiana, no es sino para objetar
la idea de que la relación entre la estética y el tiempo
se refiere al hecho—usual a ciertas ideologías sobre
el arte—de que, claro, la estética se da en el arte donde
siempre tienen tiempo, porque se pasan el tiempo perdiendo el tiempo
en cosas intangibles. Así para objetar y a la vez mostrar que
en la más simple actividad cotidiana—en el amor de pareja,
en la relación con los hijos, en la actividad de trabajo, si
hay estética es porque hay tiempo para contemplar el cómo,
para contemplar el decir en lo dicho, para estar presentes, además.
Pero lo mismo sucede ante una obra de arte, una música clásica
que escuchamos, un concierto, una obra de pintura que vemos colocada
en la pared, una mujer muy bella, si resulta estética es porque
vuelve a ser intangible, aunque lo haya sido en un momento dado, aunque
lo sea en si misma como fenómeno tangible. Por eso el concepto
de lo intangible no deja de remitir también a la relación
con lo económico. Indudablemente solo la estética parece
ser entendida desde la economía como una forma remitida a una
cierta intangibilidad, a otro tipo de mercado, por lo mismo, que entendemos
así como un mercado suntuario y simbólico. No sólo
es que hay estética en la economía y las relaciones
de oferta y demanda, sino que incluso la economía misma es
una actividad que supone la economía de lo tangible y lo intangible.
El concepto de economía tiene, en una de sus antípodas
acepciones, una relación con el economizar, y a esta relación
con lo que se economiza se le ve usualmente relacionada como lo opuesto
del tiempo que requerimos para la percepción y la contemplación
estética. Pero la economía no puede evitar a la estética,
incluso en la economía del lenguaje y el texto, en la economía
más económica, esta debe ser nuevamente una y otra vez
de nuevo relacionada a un excedente, y ese excedente vuelve a ser
una y otra vez estético e intangible.
Sin estética no habría así economía. Veámosles
si se quiere en la publicidad donde se hace más notable. Un
anuncio publicitario, bien se desarrolle en el cuerpo del mismo producto,
su embace, su recubrimiento, su etiqueta, o bien se desarrolle en
la forma de publicidades estandarizadas enfocadas en esa finalidad,
el impreso reproducido y situado en diferentes espacios en la ciudad,
el comercial en la televisión o la vaya publicitaria, no hace
sino acentuar la sensualidad de ese cuerpo, enfatizar en él,
en tanto imagen, la imagen de su producto y el producto mismo en tanto
imagen, si lo es directamente para el cuerpo, una loción, una
crema, si lo es para el placer y el disfrute, un alimento jugoso,
para la set o para el esparcimiento, para el entretenimiento o para
la creación, insistirá toda vez en la belleza de su
cómo, de sus formas.
Así, mientras paradójicamente en el mercado literal
se quiere que ese mismo producto sea vendido lo antes posible y a
la mayor velocidad—, que sea exponencialmente intercambiado
por otros productos o su equivalente en el precio, apresurado al intercambio
sin el tiempo que usualmente requerimos para la contemplación
estética, la publicidad querrá ofrecer una imagen anticipada
del mismo según la cual se lo pueda percibir y contemplar con
todo el tiempo requerido para la contemplación estética.
Dado que en última instancia, cuando no se trata de un producto
de exclusividad simbólica como la obra de arte, de lo que se
trata es de venderlo, a esta forma en que la publicidad anticipa en
la imagen el tiempo de contemplación estética de un
producto que se lo quiere poner en circulación dentro del consumo
a la mayor velocidad, la vemos relacionada con la exponencialidad
de seducción.
Sin embargo, negarse a esta seducción sería negarse
a la retorica misma según la cual el mercado mismo no podría
funcionar en la competitividad de los productos, ante los consumidores
y los clientes, sin la estética, no solo porque para ser consumidos
estos mismos productos deben participar también en el mercado
de las imágenes, que no es ya únicamente aquel otro
mercado supuestamente originario, desprovisto de imágenes y
supuestamente de estética, sino porque como se ha afirmado
recientemente, es la actividad del consumo la que establece un criterio
sobre la demanda de nuevos productos y, por lo mismo, sobre las formas
que deberá tomar ese mercado estético de las imágenes.
Por eso, en su relación a la estética y a la retorica,
podemos decir, que la publicidad no solo seduce, la idea de la seducción
suponía en un lado un producto y en el otro una estrategia
de seducción, la cual le resultaba a aquel como si le fuera
otra cosa, exógena, extrínseca, sino sobre todo, que
encanta, suscita de hecho un mundo de sensorialidades y sensualidades
el cual por si mismo quiere suministrar una imagen lo más confortable
posible respecto a cómo deben sentirse los usuarios en el mundo
de la imagen.
En las anticipaciones de la publicidad encontramos así claramente
que la eficacia del mercado, de la economía incluso esta estrechamente
relacionada a la estética, pero mas allá incluso, a
la idea ella misma tambien sensual de que también en el consumo
deberíamos tener el tiempo para la contemplación estética.
Si contemplas como cae la salsa sobre el espagueti, o la crema sobre
la piel femenina, si es más untosa y cremosa, si desliza suavemente
como para saborear, etc., es la percepción de su cómo
aquella que redunda en ambas cosas, su calidad y su exclusividad.
Sin embargo, la imagen publicitaria, aunque acude para su exponencialidad
de seducción al tiempo que requerimos para la contemplación
estética de algo que, paradójicamente, se lo quiere
desprender, no parece en el mismo modo que la estética de nuestros
artefactos exclusivos y suntuarios de la alta cultura, relacionada
a la intangibilidad.
El precio de sus productos, puede descender o aumentar, pero lo hará
siempre en correspondencia a un mercado el cual, insólitamente,
continuará relacionado a las relaciones de oferta y demanda.
Por eso decimos que en la publicidad la contemplación estética
puede quedar sumida en el aspecto puramente retorico de esa seducción.
Aunque se invoca el tiempo de la contemplación estética
para reparar en la belleza y sensualidad de sus productos, estos no
dejan de regirse por una economía de su utilidad. Así,
solo el mercado suntuario de nuestro alto arte y culturas proveído
por objetos simbólicos exclusivos a los cuales se los quiere—antes
que desprenderlos—acumular, coleccionar, recolectar, parece
relacionarse directamente a la intangibilidad. Que seria entonces
pues según esta delimitación propiamente la intangibilidad.
Esta remitirá directamente a lo estético según
una serie de excedentes los cuales, de un lado, nunca podrán
ser agotados en el objeto mismo, en el producto, aunque el mismo le
represente en su momento fetiche. De ahí la paradójica
ambivalencia, se lo colecciona como un modo de sentir que se lo posee,
que se posee en él, en el poseerlo mismo, todo ese intangible
que, sin embargo, no sólo no está en él, sino
que no puede nunca ser remitido únicamente a él. Por
otro lado, remitirá a lo estético en todo lo que le
diferencia ante lo utilitario y lo que se corresponda a una función
inmediata y mediada por la necesidad.
Dicho esto podemos afirmar que lo estético es lo intangible
toda vez que en su carácter suntuario, los valores, espirituales,
relacionados al tiempo, a la memoria o a la cultura, la belleza y
la exclusividad de ese producto—si remite a estéticas
de tiempos que están en extinción aumentando su exclusividad,
si lo hace a elementos de la sensibilidad urbana o espiritual de una
determinada usanza o una determinada época, no pueda ser agotado
o remitido a una utilidad y a una necesidad. Porque la utilidad y
la necesidad, debemos remarcarlo, consumen el tiempo del producto
y, por lo mismo, merman su intangibilidad. Si es útil es tangible
y dejará por lo mismo de volver a ser intangible tantas veces
como se lo vuelva a considerar.Diríamos pues así que
la intangibilidad vendría a ser para la estética, lo
que remitiría directamente la estética a la sensibilidad,
sería el concepto a través del cual estética
y sensibilidad vendrían no ya a relacionarse sino incluso a
volverse inclusivos uno para el otro, ambos, sin embargo, para serse
inclusivos, lo estético y lo sensible, requieren traducirse
en la intangibilidad e incluso en una cierta economía de lo
intangible.
Esta economía de lo intangible, paradójicamente, mientras
por un lado explica la relación directa de la estética
a un excedente siempre revitalizable, en su volver a resultar toda
vez intangible, la intangibilidad de tanto tangible, supone, sin embargo,
cierta diferencia ante y frente a esas formas que consumen lo estético
en la retorica respecto a lo que usualmente entendemos como un mercado
de la utilidad. Por eso debemos afirmar que la economía fidusidiaria
de esta intangibilidad, remite nuestros valores y universos estéticos
a otra economía. Y aunque no tenemos que ir muy lejos para
encontrar esta otra economía entre nosotros, acaso la economía
misma de papers académicos y ensayos como este, provistos de
tantos valores intangibles no es una expresión de la misma?,
o el de las obras de arte?. Cierto es que la economía relacionada
a este nuestro mercado suntuario del alto arte y la alta cultura,
también ha sido precisada y discutida incluso en las formas
más elementales de la economía, aquellas por ejemplo
a las que Malinoswky dedicaba significativas páginas en sus
análisis sobre los rituales del intercambio del Kula entre
los polinesios, todo un sistema de intercambio económico desarrollado
como una forma de puro intercambio simbólico: Collares y Brasaletes.
Malinowsky, de hecho, consagra una comparación cuando de vuelta
a Europa se pregunta si acaso el Kula se diferenciare en algo con
las joyas de la corona, resguardadas en ambilicados museos suntuarios.
Pero cierto es que la intangibilidad no solo remite a lo caro y lo
exclusivo, sino que también puede remitir a lo altruista y
lo filantrópico en tanto precisamente la intangibilidad relaciona
todo aquello que no puede tener un precio y que, por lo mismo, podría
ser ora gratis, ora valorado por sus significados espirituales. Conecta
así, paradójicamente, los dos polos de la estética,
de un lado su relación a un excedente de tiempo que se transforma
en los fenómenos que llamamos estéticos, en tiempo para
contemplar la belleza, en su acepción en principio natural
en lo que respecta como naturaleza a la disposición misma de
ese tiempo para la percepción, por otro lado, su relación
a la intangibilidad que le traduce directamente en un fenómeno
de valor, de valores intangibles en este caso, es decir, inconmensurables
ellos mismos en tanto irructibles a tangibilidad alguna, incluido
aquí, por supuesto, ese tangible que se correspondería
con la idea del objeto fetiche, que entendemos como objeto reificado.
Quisiera a este respecto ofrecer algunas consideraciones respecto
a la reificación. Cuando la estética no remite por si
misma a una relación abierta relacionada el tiempo de contemplación,
sino que es remitida a las formas de su reificación, le ocurre
lo mismo que en su relación a la retorica de los bienes consumibles,
se convierte en formas sociales del gusto, es decir, en estéticas
a la usanza y, por lo mismo, en formas culturales de la apariencia,
es decir en ideologías de la apariencia las cuales a su vez
pueden devenir en preceptos dados según los cuales si así
son las apariencias aceptadas en las formas estéticas reificadas
entonces a de supornersele también a estas toda una forma de
cultura aceptada. Lo anterior esta estrechamente relacionado al modo
en que la estética funciona en el lado conservador y ortodoxo
de la sociedad, el cual en si mismo puede incluir también las
formas en que el conservadurismo y la ortodoxia tienden a mistificar
las estéticas de la otrora vanguardia.
La innovación que no suponga ahora y aquí en el tiempo
actual, deconstrucciones verdaderamente críticas, aunque estas
sean críticas positivas y encaminadas al mejoramiento y el
bien, precisamente hacia los mecanismos reificadores, osificadores
y fetichistas de la cultura oficial, es decir, hacias las formas de
su adocenamiento y canonizacion, no pueden ellas mismas ser expresiones
de la vanguardia, aunque lo fueran otrora. La intangibilidad –en
toda su inconmensurabilidad—viene así ella misma a transformarse
no solo en aquella imagen en torno y alrededor de la cual los intangibles
de la estética encuentran ellos mismos una y otra vez la posibilidad
de volver a resultar intangibles de acuerdo a sucesivos procesos de
intangibilizacion de las formas, sino en cierto modo también,
en el espacio en torno al cual todas estas formas aspiran ellas mismas
a no ser nunca clausuradas según los procesos valoricos que
querrían reducirles, para manterse así en tanto procesos
vivos y dinámicos.
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